domingo, 9 de diciembre de 2012

La cultura

Hace muchos años, leí un libro titulado “La Cultura, todo lo que hay que saber”. El autor era alemán, y se apellidaba (acabo de buscarlo) Schwanitz . Defendía que las reuniones de intelectuales no son más que un juego pedante en el que todos simulan sapiencia sin saber, en realidad, casi nada. Como todos los juegos, tenía sus normas y sus estrategias, que convenía tener en cuenta para no quedar como un idiota. Él las explicaba.

El libro me pareció delicioso por varios motivos. El primero, porque ver a la cultura desde ese ángulo era una transgresión en toda regla. Acababa de destronar a la reina. El segundo, porque me fascinaba imaginarme una reunión como las que describía el libro. Yo tenía unos quince años, y los intelectuales eran aún una especie misteriosa y desconocida. Me parecía increíble pensar que un grupo de personas pudieran reunirse para jugar a ese juego sin tablero. En boca de todos, sólo la Cultura, eso que a todos atañe y a nadie en concreto. Tuve ganas de participar en una reunión de ese tipo o, al menos, de espiarla.

Cuando casi lo había olvidado, mi deseo se ha cumplido. Hace poco me invitaron a una soirée Cultural. Tanto la anfitriona como los participantes eran gente extremadamente cordial y agradable. Se podía palpar que eran intelectuales de la más pura casta: gente de ciencias y letras, de diversas nacionalidades, casi todos políglotas y con cultura general a la vez que específica.Las conversaciones versaban sobre Cultura (casi se veía la C mayúscula). Hasta el mantel rezumaba Cultura, cargado con una comida que hacía juego con la temática de la conferencia que uno de los invitados iba a intercalar entre lo salado y los postres.

Jugar al juego de la Cultura fue una experiencia interesante. Al contrario de la imagen que arrojaba Schwanitz, me pareció sencillo y asequible. Y, ahora puedo decirlo, lo aborrezco.

Detesto esa charla aséptica y devota, en la que todo es bueno e interesante, en la que las emociones y los intereses están fuera de lugar ante la grandeza del tema a tratar. Para mí la cultura es otra cosa. Es algo más impuro y manchado, más vivo. La cultura está hecha para recoger la mofa. Y el odio, el amor y el desinterés. Para expresar el “yo” y crear una complicidad que envuelva al “nosotros” (una complicidad que se puede basar perfectamente en la discrepancia). 

La cultura no está en un mundo ideal, ante el que sólo cabe la contemplación. Forma parte del mundanal ruido, y hay que sentirla, hay que manosearla. La pasión y la acción son indispensables. Si no, la deshumanización es manifiesta. 
 

lunes, 26 de noviembre de 2012

El punto de inflexión

La misma clase es diferente si se realiza con un grupo diferente. Como ante los experimentos de laboratorio, hay que probar varias veces lo mismo para aislar lo accidental, para llegar a la esencia de la cosa. No se puede saber si una actividad es acertada o no hasta que no se prueba varias veces. Por supuesto, ni probándola varias veces se puede tener nunca una certeza sobre qué es lo que se está haciendo; así funciona la betaoperatoriedad. Pero repitiendo con distintos grupos la misma clase se llega a algo más que a conocer la actividad que se está haciendo: se llega a conocer a los alumnos (aunque no individualmente (tengo más de quinientos)).

Durante las dos últimas semanas estuve haciendo una dinámica sobre las profesiones con los alumnos de 4º de ESO. Era una de las pruebas del concurso televisivo "El que hable francés... ¡pierde!", y consistía en que los alumnos, por turnos, representasen mediante mímica profesiones (previa elección al azar). Los otros alumnos, por equipos, tenían que adivinar el nombre. Y cada vez que una persona dijese algo en francés, su equipo perdía un punto.

Normalmente, cada vez que realizo una actividad hay acciones idiográficas, que suceden en una clase y no en las demás. En una, una alumna me pregunta, con picardía, si hablar languedoccien quita también puntos (yo le digo que quita más); en otra la idea se les ocurre el alemán (yo le digo que evidentemente no quita puntos porque no merece la pena: ¡es más difícil que el español!)... En un grupo se quedan callados y concentrados para evitar equivocarse, en los otros acusan a gritos y señalando con el dedo a los equipos rivales: "¡Él hablar francés!".

Pero hay un común denominador en esta actividad, uno que se refiere a los alumnos, y es muy tierno y peculiar. Siempre, en todos los grupos, cuando aparece la profesión "rey" hay un alumno o alumna que dice, con indignación,  "¡Eso no es una profesión!".

La identidad nacional está ahí. Nunca había creído seriamente en ella, pero está ahí. No en el individuo, sino en la masa. El individuo ya tiene bastante con gestionar su propia identidad como para que encima le carguemos con la otra.

En Francia hay algo que no hay en España, un aire que exhalan las banderas y el lema "Liberté, égalité, fraternité" que adornan, orgullosos, escuelas y organismos oficiales. La Marsellesa les parece horrorosa a la mayoría de los ciudadanos, pero algo de ese espíritu sigue. No deja de darme la impresión que el país corre menos el riesgo de cometer errores graves porque tiene ese sustento ideológico detrás. La Revolución forma parte de su esencia como pueblo, y renunciar a esos valores sería una traición profunda a sí mismos (lo que no implica que no lo puedan hacer, simplemente lo dificulta). El pasado hace de sustento, y así hace de impulso. Liberté, égalité, fraternité.

Ante eso está la España de charanga y pandereta. Ha habido mucho más, por supuesto, pero nada tan radical, impactante y liberador como la Revolución Francesa. Nuestros vecinos han tenido su momento clave, pero nosotros no. No hay un punto de inflexión en nuestra historia que nos impida una vuelta atrás. Por eso, aunque nuestro pasado tenga sus cosas buenas, no deja de ser un fantasma del que huir. El peligro de una recesión ideológica, de una vuelta a valores más casposos y comunitarios, nos acecha y nos acechará siempre. Avanzamos por la pendiente, pero cualquier descuido nos hará descender, maltrechos y magullados, de nuevo hasta la falda de la montaña.

viernes, 23 de noviembre de 2012

A través del muro

(Viene de http://pasloinpaspres.blogspot.fr/2012/10/el-muro.html, y conviene leerlo antes para enterarse de algo.)


Lo hemos hecho. Hoy, a las 12.00, nos hemos cargado el muro del comedor.

Hace unos días saqué a colación el tema de la división de la Cantine a mi tutora del lycée, que es especialmente sensata y agradable, y me dijo que no pasaba nada si mi compañero de piso comía con los profesores porque era un adulto. Sin ese salvoconducto, invisible pero presente (porque mi tutora allí no no estaba), nunca me hubiese atrevido a hacer lo que hicimos hoy. A través de una entrada triunfal, o más bien deseando camuflarnos contra la pared, él, otra asistente de lenguas del centro y yo nos personamos en la parte destinada a profesores con nuestras respectivas bandejas, y nos sentamos a comer en la gran mesa, que ya estaba medio ocupada.

La experiencia fue especialmente interesante. No tuvieron desperdicio ni la reacción de las profesoras ni la del alumno, aunque todas ellas están sumidas en una gran ambigüedad. A decir de mi compañero de piso, algunas de sus profesoras, que estaban allí, le miraron cuando entró y pusieron cara de seta, sin pronunciar palabra. Otra, todos lo oímos, le dirigió un comentario jovial que tal vez ocultase un reproche, o tal vez no, puede que ni ella lo supiese. El juego de matices y de posibles interpretaciones de la situación, en su totalidad, era demasiado rico. Fue divertidísimo presenciarla y provocarla. Pero no sé muy bien cómo leer qué es lo que ha pasado. Y, por si acaso, no quiero repetirlo.

Como performance ha estado bien. Creo que ha ayudado a mostrar que la división del comedor no es una división de edad, sino una división de poderes. Poco importa quiénes sean adultos o niños, si es el poder lo que se gestiona. De hecho, se me está ocurriendo que para los niños puede llegar a resultar muy fácil traspasar los muros de sus escuelas y parvularios. Son alumnos del otro lado del tapiz, viendo los hilos sueltos y los nudos. Esto no está al alcance de todos los niños, claro, sino sólo de algunos pocos, privilegiados por su nacimiento. Los hijos.

martes, 20 de noviembre de 2012

El "se" y la nada

Me han encargado trabajar con un grupo de alumnos los usos del “se”. Recuerdo sólo vagamente el tema, y me suena que eran tres. Si no recuerdo mal, uno era el del que se peina (el reflexivo, o algo así), otro el de los que se aman (¿el mutuo?) y otro el de la cosa que no se sabe quién la ha hecho (¿el impersonal?).

La clase que me han encargado, la del “se”, va a tratar sobre las fiestas en España. Lanzaré “ses” a la vez que tomates en la Tomatina, talco en Los Indianos y espuma en el Descenso (creo que debería empezar a buscar fiestas que no consistan en lanzarse cosas). En el camino de vuelta a casa me he puesto a pensar cómo puedo hacer. Parece que, con esos contenidos, el uso impersonal del “se” se puede traer a colación fácilmente: “La fiesta se celebra”.

“La fiesta se celebra”. Es peligroso pensar demasiado una frase. Sobre todo si es de tu propia lengua. Las frases en un idioma desconocido son más opacas, más enigmáticas. Pero manoseando la propia lengua se crean quimeras. “La fiesta se celebra” parece un ejemplo de “se” impersonal. ¿Podría ser un ejemplo de otro “se”? 

Damos por hecho que hay un sujeto oculto y escasamente interesante celebrando la fiesta. Pero puede ser también un “se” reflexivo. Tal vez la fiesta se celebra a sí misma agarrando de los pelos a todos los que les ha tocado vivir en ese espacio y ese tiempo. La historia se auto-escribe con un aroma hegeliano. Los tomates se lanzan a sí mismos cansados de vivir en un mundo que fluctúa entre el animismo y la predestinación. El lenguaje se dobla, se repliega, se manosea. Se vuelve blando y surrealista. Pero hay que enderezarlo, recortarlo, encorsetarlo, para que los alumnos del lycée aprendan español. Sólo así podrán llegar a entender, en un futuro, la blandura de la se-mántica.

viernes, 26 de octubre de 2012

El muro

Creo que el lugar más interesante para observar los mecanismos de poder en un instituto es la cantina escolar. En la mía la separación entre profesores y alumnos se ve a simple vista: es un muro. Los profesores no comen con los alumnos, sino en una habitación más pequeña a la que se llega traspasando una puerta. Esto, que tiene sus ventajas porque da privacidad, provoca situaciones un poco kafkianas. Llevo ya unos días planteándome qué pasaría si coincidiese allí con mi compañero de casa. Él, dos años mayor que yo, estudia un ciclo formativo en el mismo instituto donde yo trabajo. Sentarme a comer con él sería una transgresión fortísima a los usos y costumbres del lugar. No hacerlo sería una transgresión igual de fuerte a los usos y costumbres del hogar.

Los profesores no se mezclan con los alumnos. Y no me refiero sólo a Francia, aunque tal vez aquí la separación sea más tajante (sobre todo en lo verbal, por la prohibición de llamar a los profesores por su nombre de pila y por el uso del tratamiento de usted). Me refiero también a España. Allí entre los profesores y los alumnos no hay una muralla de ladrillos, pero sólo porque tampoco suele haber una cantina. En realidad, cada vez que tienen que compartir la comida levantan un muro invisible. El ejemplo más claro son las excursiones. En ellas, los profesores no se sientan en el merendero entre los alumnos. Comen en un restaurante. Los motivos son perfectamente lógicos (ayudar al negocio local), pero el resultado es el mismo.

Un elemento clave de la relación entre el profesor y el alumno es la separación. Es lo contrario que ocurre con los monitores de tiempo libre, que siempre están mezclados con los participantes. Ellos serán los primeros en sacar el bocadillode la mochila a la hora de la comida. Tienen una autoridad más relativa, más difusa, menos apuntalada legalmente y más basada en en la confianza. Es por eso que las dinámicas que había preparado para cierta excursión que hice en mis prácticas del año pasado parecían horrorosamente fuera de lugar, tanto que no me atreví a sacarlas.

Este año estoy a mitad de camino entre el rol de monitora y el de profesora. Es una posición incómoda porque es inestable: todo tira de mí hacia lo docente. El instituto, con sus dinámicas de poder, reasimila a sus ocupantes dentro de categorías claras y definidas. No me presento ante mis alumnos con mi apellido, sino con mi nombre, pero ellos me llaman "señora". Todos me han visto andando hacia el otro lado de la puerta de la cantina.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La casa del Ser

Si el lenguaje es la casa del Ser, en nuestro idioma el Ser no vive solo. Comparte piso con el Estar.

Antes de venir a Francia hice un poco de exploración en torno a esta dualidad verbal que nos caracteriza. Mis motivos no podían ser más mercenarios: quería encontrar la llave maestra que permitiese a los alumnos abrir las puertas del lenguaje. Que les mostrase cuándo elegir "ser" y cuándo "estar". Me había hartado de ver tablas en las que se mostraba a los no-hispanohablantes en qué situaciones había que usar una y otra palabra. Toda tabla de casos es una chapuza, lo que yo buscaba era una fórmula. Y la encontré, aunque por desgracia me siento incapaz de explicarla a adolescentes con los que no comparto el idioma.

La fórmula afirma que el Ser hace referencia a la esencia y el Estar, a los accidentes. Es lógico, es nítido y es evidente (tanto que me hubiese dado de cabezazos contra las paredes si no fuese porque tenía vecinos), pero antes que todo eso es revelador. Porque con esta dualidad terminológica el español se convierte en un idioma especialmente fino para expresar la otra dualidad, la ontológica. Porque muestra qué es lo que tradicionalmente se ha considerado esencial y qué otras cosas han sido accesorias, a la vez que permite solidificar la propia consmovisión del hablante. Y la cosmovisión se muestra de forma impactante, radical, cuando el hablante extranjero, por puro desconocimiento de la lengua, aplica su lógica no contaminada por herencias lingüísticas: "el castillo es aquí", "yo estoy estudiante".

"Yo estoy estudiante". Nuestro idioma refleja hasta qué punto la profesión constituye al individuo desde mucho antes de que a McIntyre se le ocurriese la feliz idea. Aunque el individuo nazca indiferenciado en cuanto a profesión, tras el acto de escogerla ya la es, ya la encarna para siempre. La jubilación no rompe esto: se es maestro jubilado, o policía jubilado, o bombero jubilado. Quién sabe si ni siquiera la muerte es capaz de separarlos, si tras la hipotética resurrección final los cuerpos, cansados, volveran a esgrimir sus tizas, pistolas y mangueras.

Ahora el lenguaje se ha quedado atrás. Yo no soy asistente de español, si nos ponemos precisos. Lo estoy siendo. No me identifico con ello, aunque eso tampoco implique desagrado ni desdén ante mi actual oficio. Hace unos años escogí otra profesión, una que es probable que nunca me llegue a solidificar en mí como esencia.

¿Es más fácil así? En parte lo es. Las decisiones trascendentales ya no lo son tanto. Escoger una carrera se plantea como un pequeño paso más. El temor a equivocarse se difumina mucho. Pero, a cambio, hay que mirar con cuidado los pequeños gestos cotidianos, hay que vigilar cada movimiento porque ¿quién sabe si esa palabra, si esa acción, si esa mirada, sentenciarán el futuro?

La película "Mr Nobody" es un ejemplo delicioso de una encrucijada de este tipo. En realidad hay una encrucijada así a cada instante. El yo nunca para de moverse. Y el Ser del individuo adelgaza, en este campo y en otros, se hace flexible e inestable, se encoge y se enrosca en una esquina del sótano. Y mientras tanto el Estar va ocupando toda la casa, diseminando sus enseres por las habitaciones, el baño, la cocina y el salón.

No, ya no. La casa del Ser ya no es lo que era.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Principios

Esta mañana nos han informado de los principios de la escuela francesa,y han comenzado diciéndonos que estaban fuertemente inspirados en la Revolución Francesa. Y es verdad: el sabor de aquellos ideales se sigue percibiendo (un buen sabor, por cierto). Tales principios son la laicidad, la gratuidad, la obligatoriedad, la libertad de enseñanza (dentro del marco legal) y la neutralidad.

La neutralidad se refería, explícitamente, a la neutralidad "política y filosófica". La neutralidad política me parece una opción correcta como ideal regulador (evitar hacer proselitismo) pero, sinceramente, la neutralidad filosófica me parece inalcanzable. Para empezar, porque el marco de principios en que nos vamos a insertar ya tiene carga filosófica (¡y una carga importante!). Pero para encontrar conflictos no hace falta hilar tampoco demasiado fino.

Esta tarde nos han dado unas fotocopias con ejemplos de actividades que podíamos hacer con los alumnos. La primera era un horóscopo.

lunes, 8 de octubre de 2012

Y otros.

"PARKING PRIVADO Prohibido el juego de pelota y otros"


El cartel me fascina. Me fascina ese "et autres", la prohibición que por genérica que se convierte en universal. Es ese totalitarismo de lo indefinido, ese abuso imprevisible, ese atropello inevitable.

Decia Maquiavelo que en el Estado deben fijarse pocas leyes, pero muy nítidas y perennes. El florentino ha pasado a la historia como el arquetipo de la astucia malvada. El cartel sigue clavado, respetado y respetable, en un lindo pueblito francés.

La Ética

Leo en los periódicos (aún no me he enfrentado con el texto legal pero está en mi lista de tareas pendientes) que la Ética ha muerto. La reforma educativa se carga varias asignaturas que suelen recaer sobre el departamento de Filosofía, pero el asesinato de la Ética ha sido el único que verdaderamente me ha asqueado, que me ha parecido lamentable más allá de lo laboral. 

Es imposible ignorarlo: hay una meta-pregunta deliciosa que está pugnando por salir. Démosle ese gusto: ¿es buena, la Ética?

La respuesta aburre: por supuesto, depende, como todo. Pero, como mínimo, una Ética bien impartida consigue enseñar a escribir, y siempre es bueno que esa responsabilidad recaiga en en algún sitio más que en la materia de Lengua Castellana y Literatura. Aunque solo sea para variar de campo.

¿La Ética, entonces, solo interesa como laboratorio de experimentos lingüísticos? Si así fuese, no merecería la pena lllorar su muerte. Tampoco como territorio para enseñar convivencia, para cohesionar, para dar cultura general. Eso se puede hacer en otros entornos (aunque casi nunca se hace). Los procedimentales y actitudinales se pueden dispersar por otras asignaturas. Para defender a la  Ética hay que defender sus contenidos propios, los conceptuales.

Pienso que lo lamentable de que desaparezcan a la Ética es que al hacerlo aplastan un pedazo de la Filosofía. Y es triste ver como aprietan y maltratan a la Filosofía, igual que es triste ver cómo machacan a alguien a quien quieres. Una tristeza compasiva, o empática, que ahora suena mejor.

Si la Ética es una parte del cuerpo de la Filosofía, esa parte es la nariz. La Ética es andar metiendo las narices o andar tocando las narices, siempre con cierto tonillo moralista. La imposibilidad de una fundamentación final le afecta más que a otras partes de la Filosofía, porque la Ética, a diferencia de la Metafísica y otros órganos, no puede permitirse ser poética. Lo necesario para la vida actúa “como piedra de toque”, que se suele decir, y le da una pátina mundanal que la trivializa constantemente. Las teorías se ven afectadas por ejemplos cotidianos, y eso apesta. No siempre, por supuesto: a veces la Ética logra elevarse. Pero, en general, si fuese una cometa resultaría demasiado pesada.

El principal interés de la Ética es que era el primero de los ataques oficiales contra la estructura de claridad y orden que las ciencias y las formas de vida se habían ocupado de sembrar. Era el comienzo del retorno a la ingenuidad, o si se quiere la pérdida de la peor de las ingenuidades: la de los dogmas y la estrechez de miras. La Ética enseñaba a pensar (desde lo cercano y lo opinable) en las fisuras, para así estar bien entrenados al año siguiente en Filosofía, cuando esas fisuras se convirtiesen en grietas más difíciles de ver pero más grandes y más peligrosas.

El asunto de la pérdida-ganancia de ingenuidad tiene su miga. Creo que la Filosofía, como carrera, deja esas secuelas de un modo más acusado. Tras pasar por ella estamos un poco a vuelta de todo, pero somos los más esperanzados. Miramos a los cielos esperando ese milagro que, lo sabemos, no va a ocurrir. Vivimos de matar la ilusión y de sembrarla, a cada día, a cada instante, en un viaje infinito a ninguna parte y a todas. Todo es igual, todo es distinto. Todo es relevante, pero siempre dentro de lo vano. Y llega el vértigo, y casi el pavor, pero no dura ni un instante. Justo entonces vemos que el suelo sigue sosteniendo nuestros pies.Y que hemos estado a punto de pisar una cagada de perro.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Quinceañeros en Toledo

Siempre me han disgustado los libros de texto de idiomas que se utilizan en los institutos. Bueno, miento. Siempre no: sólo desde 3º de ESO, que fue cuando comencé en la EOI y descubrí que otro tipo de libros de texto era posible. Los libros de instituto, por querer acercarse a la situación y a los intereses de los alumnos se hacían sosillos, vacíos, repetitivos. Se notaba que los autores intentaban “hacerse los guays”. En cambio, en los libros que se usaban en la Escuela de Idiomas, pensados para adultos, las situaciones eran amplias y variadas. Había más humor, había más complejidad, había más sorpresas. En cada esquina había vida. Eran libros chispeantes que hacían pensar.

Hoy me he pasado la mayor parte del día preparando clases, y me ha disgustado sorprenderme a mí misma pensando en los alumnos de quince como esencialmente diferentes a los de diecinueve. Me ha disgustado porque lo que estaba haciendo en ese momento era plantear simulaciones. Llegué al absurdo de pensar que tal vez el caso que estaba planteando (unas vacaciones en Toledo, con documentos reales) no funcionase porque los alumnos eran demasiado pequeños para embarcarse por su cuenta y riesgo en un viaje así. Digo que era absurdo porque no me suponía ningún prejuicio moral poner a sus compañeros de clase a regentar la Oficina de turismo, el restaurante, el albergue juvenil y el museo que ellos iban a visitar.

Creo que quince años son suficientes, así que he tomado la decisión de dejar de lado la mojigatería a la hora de tratar a los alumnos. Las dinámicas que planifique para sus clases se moverán en el registro de las de los adultos. El juego de rol es simplemente eso, un juego, y tomárselo en serio (pensar que tiene que haber un puente desde el que pasar de la realidad a la ficción sin cortes ni baches) hace que pierda toda la gracia. Hoy he descubierto que no basta con que los alumnos asuman la necesidad de la mentira: también deben asumirla los profesores.

martes, 2 de octubre de 2012

Guillotina

Dos días de clase y ya he usado la guillotina. Esto es Francia, y se nota.

En uno de los institutos donde estoy cada profesor tiene derecho a hacer 500 fotocopias. En un primer momento, parecen muchas. No lo son. Serían muchas para uso personal o para dar clases particulares, pero los grupos rondan los 25 alumnos. De manera que las 500 fotocopias, al cocer, menguan. A un ritmo de 12 horas semanales,calculo que me durarían quince días.

Pero en todas partes existe la pequeña picaresca, esa que se cuela en lo impensado sin caer en lo ilícito. Y en el asunto de las fotocopias la clave es el DINA3. Los profesores suelen hacer las fotocopias en ese formato, porque de una gran hoja se pueden sacar dos hojas normales y así su saldo de copias se resiente la mitad. El sonido de la guillotina dividiendo los pliegos en folios y los folios en cuartillas se oye con frecuencia en la sala de profesores. El día en que la hoja deje de estar afilada se parará el mundo.

Es imposible no sentirse un poco revolucionario al dejar caer la afilada cuchilla. Al fin y al cabo, en cada una de las hojas que se obtienen hay un pedacito de la igualdad, libertad y fraternidad anheladas.

martes, 18 de septiembre de 2012

domingo, 16 de septiembre de 2012

Mentiras

2º de Alemán en la EOI. Segunda clase del curso. La profesora entrega a los alumnos una ficha con unas preguntas muy sencillas sobre sí mismos (edad, nombre, profesión, a dónde les gustaría viajar... ) para que las respondan por escrito. Todo en alemán, claro está. Cuando terminan va preguntando a los alumnos, a dos o tres cada pregunta, qué respondieron. Cuando llega a la del color favorito, el alumno al que le pregunta le dice “Rot” (rojo). El siguiente alumno también dice “Rot”. La profesora se sorprende de la coincidencia y sigue preguntando. Los veinte alumnos de la clase dicen “Rot.” Maravillada ante la enorme coincidencia, la profesora le pregunta a sus alumnos si de verdad el color favorito de todos es el rojo. Ellos -nosotros- ponemos cara de que nos apasiona ese color y decimos que Ja con la cabeza.

En la enseñanza de idiomas está perfectamente asumido que los alumnos mientan como bellacos. Es una norma universal del éxito académico, especialmente cuando se trata de exámenes orales. Muchas veces no formulada, vendría a decir así: dí cualquier cosa, da igual lo falsa o lo idiota que sea, pero dila rápido y bien. Seguir esta norma es indispensable y que los alumnos que no la aplican tienen serios problemas: por no aceptar que el engaño sea una herramienta válida de aprendizaje, a menudo fracasan. Y sus reservas son comprensibles: ¿no era la educación en terreno de los ideales, de lo bueno y lo perfecto? Que la mentira forme parte de ella se percibe como una perversión.

¿Es malo, es desagradable, es poco ético mentir? No, si no hay consecuencias, si nadie puede salir herido. La ética no tiene permitido participar en este juego estético, formalista. Dentro del aula el manejo del idioma extranjero forma parte de una gran obra de teatro, y mentir es una gran solución si decir la verdad es mucho más complicado y menos creíble. Fuera del aula se cae la cuatra pared, y la tercera, la segunda y la primera. Allí se hace necesaria la sinceridad, la búsqueda de la mínima distorsión. Porque si se quiere o se necesita algo, es eso lo que se quiere o necesita. Y no otra cosa.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Propiedad privada

Me voy de España y eso no tiene nada de especial: mi generación entera se está yendo. De hecho, sospecho que uno de los motivos por los que nos vamos para no tener que deprimirnos viendo cómo todos los demás se van. No soy original en lo de irme, pero sí en el destino. Cada mes me entero de que dos o tres personas que conozco se van, casi siempre a Londres. No al Reino Unido en general, sino a Londres en concreto. Londres parece tener un atractivo del que carecen Manchester, Edimburgo y todas las demás. Tal vez sea una cuestión física y su atractivo se deba meramente a su tamaño en densidad, pero sospecho que esa no es la razón.

Sin salir de Inglaterra, he pensado mucho en Locke mientras hacía la maleta. Porque el equipaje es la destilación de la propiedad privada, y además permite una lectura por capas que muestra qué considera vital cada individuo. Sus necesidades, deseos y proyectos. Se debe leer de más profundo a más superficial. Así, una maleta empieza con humildad, buscando la más pura supervivencia ante el frío, la mugre y las enfermedades. Pero luego, al ver que sobra espacio, empieza con cosas como un par de chorizos “porque algo habrá que echarle al potaje”. Así es la propiedad privada: parte de ella es supervivencial, pero el resto es bastante prescindible.

Me pregunto qué pensaría Locke si viese día a día a cientos de jóvenes españoles llevando su propiedad privada a cuestas.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La condena

(Viene de http://pasloinpaspres.blogspot.com.es/2012/09/el-cohete-el-desierto-y-el-craneo.html y conviene leerlo antes para enterarse de algo)

Claro que el sistema francés, con su conteo hacia atrás, antes que en el cohete hace pensar en la condena. Hace pensar en contar los años que quedan para salir de la prisión (Foucault, Foucault... ¿de qué país era ese hombre?). Y a su lado la nomenclatura española sería un espacio de libertad, un avance infinito hacia el saber.... O tal vez no. Tal vez indica la condena eterna, agotadora, interminable. El estudiante, cual reo, marca con rayitas el trascurrir de los años en el muro de piedra su celda. Tal vez por eso las paredes de las aulas están manchadas de mensajes en tinta y grafito.Y los pupitres. Y los baños.

La condena eterna es española y la limitada es francesa. Aunque le caen diecinueve años por llevar un pan bajo el brazo, luego Jean Valjean sale libre. Nuestros vecinos parecen quedar aquí en mejor lugar: torturan a a la gente sólo lo necesario. Lo nuestro se parece cada vez más a la dramática condena de Sísifo. Aunque, un momento.... Camus, Camus... ¿de qué país era ese hombre?

sábado, 8 de septiembre de 2012

Logement

Recuerdo haber leído, en una encuesta, que la vivienda ocupa el primer puesto en el ranking de las preocupaciones de los ciudadanos españoles. Es por eso que nunca me había sentido tan española como antes de irme a Francia, mientras busco locations y colocations por Internet.

 Encontrar alojamiento me preocupa, pero me preocupan aún más los ataques de los muebles. Porque todo el mundo sabe que la mordedura de armario es letal, y que las camas, en cuanto te descuidas, intentan estrangularte. Es por eso que no puedo más que celebrar la sensatez que invade a la mayoría de los caseros franceses, que han decidido no amueblar sus pisos para evitar percances. De noche, con la espalda bien apoyada en el suelo y clavando la mirada en la límpida pared, sus inquilinos se sentirán a salvo y podrán conciliar mucho mejor el sueño.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El otro punto

 ¿Por qué este blog se titula “El otro punto”? Bueno, hasta ahora yo había sido una “i” normal. Sin tilde, a pesar de que algunos se empeñaban en ponérmela, muchos creyendo que sabían escribir mi nombre mejor que yo. Una “i” de esas que son una línea con cabeza, dulcemente antropomórficas. Pero ahora me ha salido otro punto. Y es que en los documentos de Francia me ponen la diéresis. El otro punto me da menos rabia que la tilde, porque me temo que ellos sí saben escribir mi nombre mejor que yo. Así que voy a probar durante unos meses cómo es tener una “ï” bicéfala, y voy a escribir sobre el otro punto. Claro, que para escribir sobre el otro punto tendré que compararlo con el punto que ya tenía. El problema de averiguar cuál de los dos puntos es el intruso lo dejo para cuando tenga que deshacerme de él.

El punto y la raya. Con ellos se pueden hacer grandes cosas. Por ejemplo, se puede escribir en código Morse. El telégrafo queda lejos en el tiempo, pero no en naturaleza. Porque no cabe duda de que el telégrafo fue el más rompedor de los inventos a la hora de hacer cercano lo lejano. Luego vinieron otros aparatos, cada vez mejores, pero allí estuvo el salto cualitativo. Pas loin, pas près...

lunes, 3 de septiembre de 2012

El cohete, el desierto y el cráneo

Uno de los autores que hablaron en el Celsius dijo en su ponencia algo que se me quedó grabado. Era una cuestión simple, evidente, pero hubo algo en su forma de formularlo que lo convirtió para mí en algo cercano a una verdad revelada. “En literatura de terror”, dijo, “escoger las palabras es importante. Porque no es lo mismo, y no suena igual “Le partió la cabeza” que “Le partió el cráneo”.”

La frase se me quedó enganchada en la mente, o en los sesos, aunque bien guardada. No volví a pensar en ella hasta hace un rato, y lo que me la trajo de vuelta fue el esquema del sistema educativo francés que estaba consultando.

Así se llaman los cursos en el sistema español, y así se llaman en el francés:

Edad                                 Sistema Español                                       Sistema Francés                                 
2 a 6
6 a 7
7 a 8
8 a 9
9 a 10
10 a 11
11 a 12
12 a 13
13 a 14
14 a 15
15 a 16
16 a 17
17 a 18
Parvulario (ED. infantil)
1º de Primaria
2º de Primaria
3º de Primaria
4º de Primaria
5º de Primaria
6º de Primaria
1º de ESO
2º de ESO
3º de ESO
4º de ESO
1º de Bachillerato
2º de Bachillerato
Écolle maternelle
Cours préparatoire
Cours élémentaire 1ère année
Cours élémentaire 2e année
Cours moyen1ère année
Cours moyen 2e année
Sixième
Cinquième
Quatrième
Troisième
Seconde
Première
Terminale



Si el sistema español parte la cabeza, el francés parte el cráneo. En uno y otro, los nombres que reciben los cursos producen una sensación en el que los lee, que seguramente sea más intensa para aquellos que además de leerlos, los viven. ¿En qué coordenadas se está metiendo a los alumnos, al etiquetar a su año de una forma u otra?

El conteo regresivo francés hace pensar en la cuenta atrás que precede la salida al espacio de un cohete o una nave. Tal vez allí los élèves sean (rápida consulta al diccionario) vaisseaux (oh, qué lindo y qué cursi), naves que los profesores y pedagogos, cual expertos ingenieros, han ido conformando y cuyo despegue esperan con emocionada y cuidadosa paciencia. Toda salida del sistema antes del cero suena, ineludiblemente, a incompletud, a fracaso. Porque hay un final claro, y es ese último curso. Si se acaba antes, la nave no ha despegado, sea por defecto en el mecanismo o por desafortunado accidente.

El sistema español es justo lo contrario. Empieza desde uno (y empieza otra vez, y otra, y otra), así que por la naturaleza de los números naturales la cuenta puede seguir hasta el infinito. Eso en teoría, por supuesto, porque la muerte llega antes, incluso antes de que el curso pueda llegar a las tres cifras. El sistema español evoca un enorme desierto, en el que no hay un final establecido, o si lo hay puede tratarse de un espejismo en el camino, un punto desde el que empezar de nuevo a contar, por haber perdido ya la cuenta. El saber se presenta así como algo inabarcable por sumamente extenso, y el aprendizaje como algo que cuesta la vida. A cambio, salir del sistema no trae aparejado ese poso de amargura.

Adorno decía que “En la exageración está la verdad”, y yo estoy exagerando mucho. Muchísimo. Y por metáforas, que es la forma más peligrosa de exagerar. No me tomen en serio, solo son nombres y su poder es limitado. Hace falta ver, en el mundo, cómo las etiquetas tratan a lo etiquetado. Hasta entonces, con su auto-contención y su precisión, el sistema francés dirige su mirada hacia el cráneo y el español, sentado en una duna, sabe que allá arriba se encuentra la cabeza.

lunes, 20 de agosto de 2012

Pas loin, pas près

Si alguien espera encontrar aquí un diario detallado de mi día a día, mis lamentaciones y alegrías cotidianas, este no es el lugar (ni ningún otro lo es). Sólo diré que estoy a punto de irme a Francia. Mi francés es penoso, pero estoy intentando mejorarlo. He sacado varios libros de la biblioteca y me he puesto a estudiar vocabulario con dudosos resultados.

En uno de esos libros he encontrado una idea deliciosa. Y es que parece ser que los franceses, cuando van a decir algo molesto, prefieren referirse a ello negando lo contrario. Eso sí que es una lógica bivalente: todo es p o ¬p, sin instancias intermedias. O se es guapo, o se es no-guapo, es decir, feo. O se es listo o se es gilipollas. Una maravilla de la precisión que no podría estar más alejada de la vaguedad y el espiritualismo que emana del cine francés.

La dirección del blog (que debe de estar mal escrita, porque nadie la ha puesto antes) es"pas loin, pas près". Ni cerca ni lejos, como a una distancia media, si lo entendemos en español cotidiano. O a la vez cerca y lejos, si lo entendemos en francés eufemístico. Allí estaré.