miércoles, 17 de octubre de 2012

La casa del Ser

Si el lenguaje es la casa del Ser, en nuestro idioma el Ser no vive solo. Comparte piso con el Estar.

Antes de venir a Francia hice un poco de exploración en torno a esta dualidad verbal que nos caracteriza. Mis motivos no podían ser más mercenarios: quería encontrar la llave maestra que permitiese a los alumnos abrir las puertas del lenguaje. Que les mostrase cuándo elegir "ser" y cuándo "estar". Me había hartado de ver tablas en las que se mostraba a los no-hispanohablantes en qué situaciones había que usar una y otra palabra. Toda tabla de casos es una chapuza, lo que yo buscaba era una fórmula. Y la encontré, aunque por desgracia me siento incapaz de explicarla a adolescentes con los que no comparto el idioma.

La fórmula afirma que el Ser hace referencia a la esencia y el Estar, a los accidentes. Es lógico, es nítido y es evidente (tanto que me hubiese dado de cabezazos contra las paredes si no fuese porque tenía vecinos), pero antes que todo eso es revelador. Porque con esta dualidad terminológica el español se convierte en un idioma especialmente fino para expresar la otra dualidad, la ontológica. Porque muestra qué es lo que tradicionalmente se ha considerado esencial y qué otras cosas han sido accesorias, a la vez que permite solidificar la propia consmovisión del hablante. Y la cosmovisión se muestra de forma impactante, radical, cuando el hablante extranjero, por puro desconocimiento de la lengua, aplica su lógica no contaminada por herencias lingüísticas: "el castillo es aquí", "yo estoy estudiante".

"Yo estoy estudiante". Nuestro idioma refleja hasta qué punto la profesión constituye al individuo desde mucho antes de que a McIntyre se le ocurriese la feliz idea. Aunque el individuo nazca indiferenciado en cuanto a profesión, tras el acto de escogerla ya la es, ya la encarna para siempre. La jubilación no rompe esto: se es maestro jubilado, o policía jubilado, o bombero jubilado. Quién sabe si ni siquiera la muerte es capaz de separarlos, si tras la hipotética resurrección final los cuerpos, cansados, volveran a esgrimir sus tizas, pistolas y mangueras.

Ahora el lenguaje se ha quedado atrás. Yo no soy asistente de español, si nos ponemos precisos. Lo estoy siendo. No me identifico con ello, aunque eso tampoco implique desagrado ni desdén ante mi actual oficio. Hace unos años escogí otra profesión, una que es probable que nunca me llegue a solidificar en mí como esencia.

¿Es más fácil así? En parte lo es. Las decisiones trascendentales ya no lo son tanto. Escoger una carrera se plantea como un pequeño paso más. El temor a equivocarse se difumina mucho. Pero, a cambio, hay que mirar con cuidado los pequeños gestos cotidianos, hay que vigilar cada movimiento porque ¿quién sabe si esa palabra, si esa acción, si esa mirada, sentenciarán el futuro?

La película "Mr Nobody" es un ejemplo delicioso de una encrucijada de este tipo. En realidad hay una encrucijada así a cada instante. El yo nunca para de moverse. Y el Ser del individuo adelgaza, en este campo y en otros, se hace flexible e inestable, se encoge y se enrosca en una esquina del sótano. Y mientras tanto el Estar va ocupando toda la casa, diseminando sus enseres por las habitaciones, el baño, la cocina y el salón.

No, ya no. La casa del Ser ya no es lo que era.