Me han encargado trabajar con un grupo
de alumnos los usos del “se”. Recuerdo sólo vagamente el tema, y
me suena que eran tres. Si no recuerdo mal, uno era el del que se
peina (el reflexivo, o algo así), otro el de los que se aman (¿el
mutuo?) y otro el de la cosa que no se sabe quién la ha hecho (¿el
impersonal?).
La clase que me han encargado, la del
“se”, va a tratar sobre las fiestas en España. Lanzaré “ses”
a la vez que tomates en la Tomatina, talco en Los Indianos y espuma
en el Descenso (creo que debería empezar a buscar fiestas que no
consistan en lanzarse cosas). En el camino de vuelta a casa me he
puesto a pensar cómo puedo hacer. Parece que, con esos contenidos,
el uso impersonal del “se” se puede traer a colación fácilmente: “La fiesta se celebra”.
“La fiesta se celebra”. Es peligroso pensar demasiado una frase. Sobre todo si es de tu propia lengua. Las frases en un
idioma desconocido son más opacas, más enigmáticas. Pero manoseando la propia lengua se crean quimeras. “La fiesta se
celebra” parece un ejemplo de “se” impersonal. ¿Podría ser un ejemplo de otro
“se”?
Damos por hecho que hay un sujeto oculto y escasamente
interesante celebrando la fiesta. Pero puede ser también un “se”
reflexivo. Tal vez la fiesta se celebra a sí
misma agarrando de los pelos a todos los que les ha tocado vivir en
ese espacio y ese tiempo. La historia se auto-escribe con un aroma
hegeliano. Los tomates se lanzan a sí mismos cansados de vivir en un
mundo que fluctúa entre el animismo y la predestinación. El
lenguaje se dobla, se repliega, se manosea. Se vuelve blando y
surrealista. Pero hay que enderezarlo, recortarlo, encorsetarlo, para
que los alumnos del lycée aprendan español. Sólo así podrán
llegar a entender, en un futuro, la blandura de la se-mántica.