lunes, 27 de mayo de 2013

Maletas


Hacer una maleta antes o despues de una escapada de larga duración es una de las actividades más filosóficas que existen. Y hacerla para irse no es lo mismo que hacerla para volver. Antes de partir toca adivinar el futuro, sospechar los golpes del azar, crear un reservorio para mantener la permanencia de lo que eres. Al volver, en cambio, lo que se hace es comprobar la diferencia entre lo que se planeó y lo que se hizo, lo que se previó como importante y en realidad no sirvió para nada, lo que alguna vez se quiso ser y lo que finalmente se ha sido. La maleta que parte se llena sumando. La maleta que vuelve nos obliga a restar.

Son dos actividades opuestas, entre ellas no hay nada en común. Ni siquiera la maleta. Cual río heraclitano, siempre es más grande o más pequeña de lo que recordábamos. Más dura o más blanda. Más hostil o más amable. Cuanto más largo haya sido el viaje, menos se parece el equipaje antiguo al moderno, tanto por dentro como por fuera.

Y hacemos más maletas de lo que pensamos. La primera página de cada cuaderno es siempre una bienintencionada maleta de ida; la última, una raída maleta de vuelta. Unos zapatos nuevos son unos zapatos que van, los zapatos viejos sólo vuelven. El proyecto y la evaluación. Lo que empieza y lo que acaba en medio del cambio constante.

Veamos en qué acaba esta nueva deriva del estar. Ya casi tengo hecha la maleta.

domingo, 19 de mayo de 2013

Disolución

¿Qué supone para España el éxodo masivo de mi generación? Ante todo, una discontinuidad cultural. Cuando los que estamos fuera volvamos, una gran franja de la población hará el huevo frito sin aceite, y a veces escribiendo a ordenador se equivocará y pondrá "q" donde hay "a" y "a" donde hay "q". Comerá a mediodía sin sufrir ni escandalizarse, y a las tres de la mañana de un sábado bostezará porque ya va siendo hora de volver a casa. Se le escaparán los ouis, los yes, los jas; la fatalidad le llevará al "merde !", al "Scheisse!" o al "shit!". Cuando tenga que saludar a alguien no sabrá si dar dos besos, o tres, o cuatro, ni por qué lado empezar, o tal vez estrechará distraídamente la mano o le soltará un abrazo al que menos se lo espere. Lo español se habrá vuelto laxo, diluído.
Es una pérdida de identidad, pero no es el individuo el que la pierde sino su país. Es la nación la que muere un poco, ese ente incorpóreo al que nunca tenemos claro qué valor otorgar.