jueves, 6 de marzo de 2014

El barquito

-1. Todo indica que en 2014 no habrá oposiciones de Filosofía en ninguna Comunidad Autónoma. En 2016 está previsto que haya pero... ¡un momento! En 2016 se aplicará la LOMCE en 4º de ESO y en 2º de Bachillerato. ¿Harán falta, entonces, profesores de Filosofía?



-2. Todos los franceses con los que he hablado del tema consideran que la Filosofía es un tostón. Las clases que recibieron en el instituto les presentaban la materia de una forma sosa y árida. El profesor hablaba, los alumnos escuchaban y deglutían. En teoría se les exigía madurez y reflexión; en la práctica, memoria y savoir faire. El formato de ensayo que lucían sus exámenes no era más que un disfraz.

La Filosofía que habían recibido les había rozado sin traspasarles. Ojeando algunos libros de texto de Filosofía franceses me encuentro con la misma sensación. Grandes parrafadas, divagaciones huecas, falta de brillantez. Lejanía. Sopor. Supongo que su Filosofía no siempre es así, pero sospecho que lo es a menudo.



-3. Era el segundo día del viaje de estudios. Los cincuenta y un alumnos y los cinco profesores estábamos impregnándonos de Santander. Habíamos recorrido caminitos entre los acantilados, sacando miles de fotos. Habíamos comido en la Península de la Magdalena, disfrutando de un día que era más de agosto que de febrero. Habíamos visitado el Museo del Cantábrico, y de alguna extraña manera conectado con los peces. Y ahora estábamos subiendo a un barquito que nos llevaría a dar una vuelta por el mar. Yo me senté en la última fila de asientos, entre una decena de alumnos de troisième (tercero de ESO), y ellos sacaron a colación un tema que teníamos pendiente desde hacía un par de meses: mi opinión sobre la nueva ley del aborto española.

Cuando me habían preguntado lo mismo en clase, yo me había negado a decir lo que pensaba, alegando la exigencia de neutralidad de la Educación Nacional francesa y señalando con una sonrisa irónica que si estuviésemos en el sistema educativo español mis labios no estarían sellados. Ahora que estábamos en España, decían ellos entre risas, ya no tenía ninguna excusa para no pronunciarme. Pero yo seguí en mis trece: ¡la Academie me estaba pagando, mis obligaciones eran las mismas! Ellos preguntaron a otros dos profesores que estaban cerca y escuchaban la conversación, ellos dijeron lo que pensaban. Los ojos de los alumnos se clavaron entonces en mí. Simulé reflexionar para buscar una solución de compromiso. "Vale, sin atentar contra la exigencia de neutralidad, yo os puedo decir que respecto al tema del aborto... me gusta mucho la ley francesa".

El barco pegaba ligeros botes. Los alumnos estaban satisfechos con mi respuesta, pero ahora se interesaban por la falta de neutralidad del sistema español. ¿Eso era malo? Tal vez no, porque los alumnos podían decirle al profesor que no estaban de acuerdo y dar argumentos, ¿no? ¡Igual incluso actuando así  había menos adoctrinamiento! Los alumnos me preguntaron si en España yo era profesora de Francés. Yo les dije que no. Ellos no sabían lo que era la Filosofía.

Saqué un bolígrafo, lo sujeté con tres dedos por un extremo. ¿Si lo suelto, caerá? Representé el "show", el pack básico de introducción a la epistemología. Fue sumamente efectivo. Entre cabezada y cabezada del barco habíamos salido de la Bahía de Santander, la tierra firme estaba lejos, a nuestro alrededor todo era mutable y flexible. Incluso la Ley de la Gravedad. En el aire flotaba una vaga sensación de irrealidad. ¿Qué hacíamos allí?  Los alumnos sintieron la fascinación del vértigo y cuando terminé de hablar hubo unos segundos de silencio en los que nadie se atrevía a moverse. Y entonces la voz de una profesora rompió el hechizo: "¡Eso no es Filosofía!". Pobre, le salió del alma.

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Eso también era Filosofía. Una forma de ver la Filosofía que se practica cotidianamente en numerosos institutos españoles. Una sustancia pregnante, que se adhiere, que queda en lo más profundo. Con consecuencias estéticas y éticas. Que enseña a escribir y a pensar. Y que corre peligro de desaparición, herida de muerte por leyes que no ven más allá de sus narices. Leyes para las que lo español es intrínsecamente inferior a cualquier otro producto europeo, porque nunca los han comparado en serio. Leyes incapaces de ver lo que se ha logrado y por eso mismo capaces de mandarlo todo al garete.

Al garete no, perdón. A pique.