martes, 5 de mayo de 2015

Divino tesoro

Hace como diez años leí en una revista que la juventud era un periodo cada vez más largo, y que a nivel europeo (para políticas de juventud) se consideraba que se era joven hasta los treinta y cinco. Me pareció un poco exagerado, pero no le di más vueltas y me quedé con la cifra como referencia.

Hace como cuatro meses, dando clase en el equivalente a primero de Bachillerato apareció la palabra joven. Para asegurarme de que la entendían pedí a uno de los alumnos que explicase lo que significaba. Dijo que un joven era una persona que tenía entre quince y dieciocho años. Yo me atraganté como alguien a quien aplasta de pronto todo el peso de la ley. "¡¿Hasta los dieciocho?!" pregunté. "Madame, mais cela ne veut pas dire "jeune"?". "Sí, claro que significa "jeune". Pero ¿sólo somos jóvenes hasta los dieciocho años?". "Bon, peut-être... Veinte. ¡No más!"

La semana pasada mis amigas de aquí, que tienen mi edad, se pusieron a hablar de la juventud. Una de ellas dictaminó que se era joven hasta los cuarenta años. "¡¿Hasta los cuarenta?!" pregunté, otra vez atragantada, y me vino a la cabeza la irónica expresión castellana ¿no me le quitas nada?. Mis amigas tenían argumentos, aunque eran un poco peculiares. "A ver, fíjate que nosotras ya estamos cerca de los treinta", me dijeron, como si pudiésemos alisarnos las arrugas a golpe de diccionario o como si dejar de ser jóvenes fuese algo que sólo les pasase a otros.

Para qué negarlo, aceptar su redefinición me beneficiaba. Me daba trece años más de locura y libertad sin remordimientos. Cuando ya estaba a punto de entregarles mi alma, una de mis amigas resumió su tesis general: "Hasta los cuarenta se es joven y, luego ya, se es adulto".

Qué pesadilla. Francia me impide aceptar esos conjuntos disjuntos: allí un joven es un jeune homme y una joven es una jeune femme, y los franceses (excepto mis alumnos, que eran un poco surrealistas) utilizaban esos términos para hablar de alguien de entre diecisiete y treinta años, más o menos. Ser adulto no impide ser joven y, afortunadamente, ser joven no impide ser adulto. De hecho, para ser joven hace falta ser adulto porque, si no, se es ado, un adolescence. Hormonas por todas partes, poca responsabilidad, negociar a qué hora se llega a casa y decir con quién se sale... ese tipo de cosas. Un individuo bajo control por su propio bien, para que no se haga daño hasta que aprenda a vivir.

Cada edad quiere tener a la juventud en exclusiva, pero de poco nos vale la juventud si por preservarnos nos infantiliza. Y de menos si nos esclaviza, si cuando por fin tengamos que franquear sus límites nos hace sentir viejos y acabados. Maldita sea la juventud si ostenta privilegios, si cuando se termina algo tiene que dejar de hacerse porque ya no procede. Al cuerno las etapas. A partir de los dieciocho se es adulto y punto. Todo lo demás, meros adjetivos.