Hoy ha venido una alumna
a pedir que le subamos las notas para tener más posibilidades de
que le den una beca para estudiar primero de bachillerato en EEUU o
Canadá. Es una beca muy disputada, muchos candidatos para pocas
plazas, y los requisitos ya los cumple, pero como la media académica
cuenta algo (no está claro cuánto), quiere arañar décimas.
¿Nos agarramos al
principio de beneficencia o al de imparcialidad? La beneficencia
siempre me ha parecido muy peligrosa, tanto como la maleficencia. En
el caso de las notas una cosa y otra suelen ser lo mismo. Como para esta beca no
tienen valor en términos absolutos sino en términos relativos,
darle puntos a esta chica equivale a quitárselos a los demás. Si
ella entrase por la maniobra, otra persona se quedaría fuera por eso
mismo, una que objetivamente se lo merecía más. Y daría la
impresión de que las notas que ponemos siempre son simulacros, que
nos salen de la manga, que podrían ser esas o indistintamente ser
otras. Dejamos de ser jueces imparciales que aplican una ley clara y
fijada de antemano para convertirnos en imbéciles volubles a quienes
hacer la pelota.
Hay situaciones que requieren medidas
excepcionales, pero esta no lo es. Este caso particular es un síntoma de
algo muy generalizado. Cabe preguntarse hasta qué punto tenemos que ser benévolos
con nuestros alumnos por el mero hecho de ser nuestros alumnos. La
profesora de una asignatura alternativa a la mía, con sus criterios, pone un diez a todos sus alumnos. ¿Debería yo también regalar el diez? No puedo hacerlo, si quiero que mis
asignaturas tengan algo de dignidad. Se impone una solución de
compromiso, evaluar muy a la alta pero evaluar al fin y al cabo. Solo
así puedo hacer que mis alumnos aprendan. Que aprendan los
contenidos y procedimientos de la materia, pero también que aprendan
que hay que tener integridad.
Cambiemos de escala. No todos los
profesores de la alternativa a mi asignatura ponen dieces por defecto. Mis alumnos compiten con estos, con aquellos y con los
de más allá. Los términos relativos lo son respecto a la totalidad. Que un alumno
sea el mejor del grupo en ciertas asignaturas no significa que tenga
que sacar diez en todo, ni siquiera en esas. Regalarle notas sería
despreciar al resto del alumnado.
¿Nos hubiésemos atrevido todos a ir a
pedir a los profesores más nota de la que merecemos? ¿La alumna
siente que está en su derecho? En el caso de que se las hubiésemos subido, que no lo hemos hecho, ¿le sabría bien ganar una beca por medios
ilícitos? Parece un asunto menor ("Lo de la alumna es normal, busca su propio beneficio", he oído decir), pero creo que deberíamos
alimentar esa reflexión. Un poco de visión de
conjunto, un poco de conciencia social, un poco de juego limpio.
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