viernes, 24 de noviembre de 2017

Síntesis

Ganar experiencia es pasar de imitar a ser. En los primeros meses en que di clase (aquí en España; allí, el mundo era otro) casi no hacía ningún gesto que no me supiese ajeno. Imitaba lo que había oído, lo que había sabido pero sobre todo lo que había visto. Y no solo en las actividades, sino en las frases e incluso en los gestos. A veces sorprendía en mi boca la sonrisa de ... o veía a mis manos moviéndose como las de ... o miraba a una esquina como hacía ... . Y sentía hasta el peso del cuerpo de cada uno de esos referentes, uno más grande o más pequeño, con ropa cambiante, siempre más viejo.

Dar clase es actuar, y yo intentaba emular a los mejores actores que conocía. Supongo que el discurso me quedaba mal unido, a retales, a trompicones. Igual tenía el encanto de lo desgarbado. Más tenso pero más fresco. El caso es que ahora ya casi nunca me sorprendo haciendo un gesto ajeno. Hoy me ha pasado, y casi me he llevado un susto. Parece que por fin he logrado ser yo, o tal vez he corporeizado la mezcla, me he convertido en la suma.

Órdago

De un año para otro, las posibilidades de trabajar pueden multiplicarse o dividirse. La personalidad del centro puede ser completamente diferente: de cerrado a abierto, de espontáneo a desconfiado. Los rencores se maceran, o se diluyen. Los proyectos abren puertas o ponen trabas; hay calma chicha o tempestad. En un mundo cambiante cómo decidir.
Se abren oposiciones en otras comunidades autónomas y no dan ganas de estudiarlas cuando vivir en ellas no interesa. Apetece pasar y esperar a otras (mus) porque aprobarlas es una apuesta a todo o nada (órdago). Pero qué sabemos. Nos falta información por todas partes. En este caso, pasar también es un órdago. Igual el próximo año aquí no será lo mismo. Igual allí es mejor y nos libramos de una buena. O igual las aprobamos y nos morimos del asco. Igual. Igual da. Todo es un salto al vacío.