sábado, 23 de diciembre de 2017

Vista

Hace unos días, me fui de cena a un restaurante italiano con un grupo. Fui la primera en ir al baño. El local era moderno y los baños no estaban indicados con palabras ("señoras", "caballeros") ni con símbolos convencionales (monigote, monigote con falda; sombrero, pintalabios). Para diferenciar el baño de hombres del de mujeres habían pegado a la puerta dos objetos muy parecidos.

Estuve mirándolos durante unos minutos. Aparte de nosotros, no había otros clientes en el restaurante, así que nadie entró ni salió para darme pistas sobre qué género se correspondía con cada puerta. Me puse a indagar en el simbolismo asociado a las formas. Lo redondeado frente a lo anguloso. Incluso en clichés muy desagradables, con violencia de por medio. Entré en uno de los dos sin tener muy claro si era ese.

Volví a la mesa y les dije a los demás que en el baño había un enigma. Exageré un poco. Los intrigué bastante. Empezaron a ir.
-¡No es tan difícil!-dijo la primera que volvió -. No cabe ninguna duda. ¿Lo decías de broma, verdad?
- ¿Cómo? - le cuchicheé, mientras el resto iban yendo y viniendo de los servicios.
- En una puerta hay un tenedor y en la otra, una cuchara. Los ves y ya sabes de qué género es cada uno.
El caso es que yo no había visto la palabra tenedor. Yo había visto un tenedor. No había procesado la información lingüísticamente, sino de manera meramente visual. En ningún momento me había dicho a mí misma esa palabra. El objeto tenedor no me remite a "tenedor" a no ser que quiera comunicar con alguien (y solo en el caso de que el receptor hable castellano). Para mí, la palabra es un mediador necesario únicamente para hablar con otros. En cambio, para cinco personas de los ocho que estábamos en la mesa, la palabra era un mediador necesario para hablar consigo mismos.

Para los que venían "tenedor" y "cuchara", las palabras destiñen. Manchan a los objetos con sus géneros. Y no solo eso. Ellos consideraron que el juego era fácil e inocuo. No había nada censurable en poner un tenedor para indicar lo masculino y una cuchara para indicar lo femenino. Puro lenguaje. Sin embargo, al resto el enigma no nos había gustado un pelo, y no solo por habernos hecho pensar en un momento inoportuno. Para resolverlo habíamos tenido que asignar a un género características que ya considerábamos superadas. Todo por no pasar por el lenguaje.

Así que el lenguaje no solo mancha. También limpia. No solo muestra la puerta correcta. También esconde el mundo.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Tacto

Hay algo de mandala en el trazado de tablas, algo de zen en el dibujo de flechas, algo de sudoku en las medias ponderadas. El movimiento, por pequeño que sea, es cálculo, es gimnasia, es rito.

Los que nunca supimos tener una agenda sentimos a veces la seducción de la tinta. Contemplamos cómo nuestros compañeros llenan de letras redondas sus libretas pautadas. El papel es rugoso, árido, hambriento. O refleja la luz de los fluorescentes, terso y suave. Las líneas de los otros nunca se tuercen. Y buscan en el estuche entre treinta bolígrafos uno para los títulos y otro para los subrayados.

La papelería es sensorial. El clic de la tapa. La presión del clip. La humedad del tipex. La sequedad de la tiza. La gravedad de las fundas. Sospecho que hay gente que se dedica a la docencia para seguir estrenando rotuladores. Y es una razón tan válida como cualquier otra.